Escribir sobre el psicoanálisis en general desde mi ángulo de terapeuta cognitivo-integrativo es algo difícil por lo abarcadora que es la propuesta, pero es, al mismo tiempo, un desafío interesante. Porque el psicoanálisis aparece como uno de los decorados que componen el telón de fondo de nuestra práctica. Es difícil hablar de psicoanálisis, en primer lugar, debido a que se muestra como un conglomerado diverso y heterogéneo de modelos. Cuando pensamos en la tarea clínica nos encontramos con varios psicoanálisis, algunos más vinculados a quehaceres asistenciales y que buscan su legitimación en modos empíricos de comprobación. Otros, en cambio, que se elevan sobre la palabra del sujeto como exégesis de textos que hacen centro en una labor de desciframiento. Estas son solamente algunas menciones que sirven para ilustrar un abanico que es amplio y que se extiende tanto en el surco de la teoría como en el del ejercicio profesional. En nombre del psicoanálisis surgen, de ese modo, distintas formas de entender una actividad que toma, por momentos, el perfil de una labor terapéutica y, en otras instancias, se descubre como un proyecto de interpretación pura. La psicología y la filosofía pueden, entonces, reclamar cada una para sí la condición de ser el conocimiento fundante de su práctica. Y aunque es evidente que existen fuertes lazos entre esas dos disciplinas, también es cierto que no definen un mismo proyecto de desarrollo intelectual y operativo. Cuando se mira a la distancia ese paisaje, se tiene la sensación de que en el mundo de los psicoanálisis conviven diferentes disciplinas y uno se ve tentado a preguntarle a cada psicoanalista en qué territorio se encuentra mejor representado: como interlocutor de un diálogo que promueve la reflexión o como operador de un procedimiento que busca la efectividad en la tarea clínica.

Seguramente esta manera de plantear la pregunta puede considerarse impropia pues, en alguna medida, ambas cuestiones forman parte de un todo relativo a la identidad personal. El concepto de cura puede verse como una bisagra que admite, en base a las distintas facetas que lo componen, arribar a un punto de síntesis de aquellas preguntas. Pero también pueden verse en ese término los resabios del modelo médico clásico. Pensado como un agente de lucha contra la "enfermedad mental", encarado como un camino que debe culminar en el "alta" del paciente, el psicoanálisis puede aparecer como un mecanismo anclado en viejos moldes y sobre el que puede caer la necesidad imperiosa de aumentar las pruebas sobre la efectividad de sus resultados. Creo que allí no radica, precisamente, su aspecto más interesante.

Lo rico del psicoanálisis, visto en conjunto como una producción global de la cultura de nuestro tiempo, son varias notas que adquieren presencia a comienzos del siglo XX y no sólo siguen siendo vigentes hoy sino que, probablemente, puedan llegar a tener una justificación más plena en la actualidad. Se trata de la hermenéutica del sentido que el psicoanálisis instala a partir de un modo de pensar el accionar del ser humano en tanto sujeto genérico que no puede cejar en la interrogación sobre sí mismo, a menos que estuviera dispuesto a liquidar la sorpresa y el misterio de su horizonte mental. Cuando se lo mira desde esa perspectiva, el psicoanálisis se manifiesta como una reflexión ineludible sobre la naturaleza del sujeto de conocimiento, principal destinatario en nuestra forma de entender y practicar la psicoterapia. Una reflexión sobre el hombre, en tanto amasador de la cultura, lo que convierte a todo terapeuta en alguien que, en una u otra medida, no puede dejar de abrevar en su fuente.