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Teoría de los afectos
Su relación con el desarrollo del aparato mental
Dr. José Cukier

Introducción

Esta presentación intenta desplegar algunas propuestas metapsicológicas acerca de los afectos vinculándolas con el desarrollo del aparato mental.

Entendemos como afecto al registro de cualidad inscripto en la conciencia, producto de un desprendimiento de libido en el yo bajo la forma de descarga. La inscripición en la conciencia requiere de la empatía y ternura por parte de quién está a cargo del infante para morigerar la pulsión. Este asistente original brinda el sustento para que se constituya la fractura en el ello y diferenciarlo del yo. Así facilita la inscripción del matiz afectivo, en la conciencia como contenido de la misma.

El matiz afectivo deriva de la introyección del soporte materno, y si bien es un producto intrapsíquico, requiere para su constitución de el enlace con un otro diferente, de manera que el matiz es representante del ensamble pulsional y la realidad.

 

Afecto, deseo, investidura representacional, el yo y su lugar ante los desarrollos de afecto.
El deseo resulta de un incremento de la tensión interna que inviste a ciertas representaciones. El aumento pulsional ante un registro perceptual o una representa-ción alcanza su cúspide con el desligamiento. Ambos aportan cantidad al aparato mental y le imponen trabajo. Mientras que la investidura representacional implica un empuje de la pulsión que se dirige a la conciencia y a la motilidad a través de un sistema de censuras y procesos retóricos; el desarrollo de afecto corresponde a una expresión de la energía fuera del sistema representacional. La desinvestidura no se coimplica necesariamente con el desprendimiento, puede ser un desplazamiento de una representación a otra, pero el desarrollo de afecto es necesariamente un desprendimiento pulsional. No todos los afectos son producto exclusivo de procesos de descarga. Tomemos la angustia como ejemplo. Ésta tiene acción de descarga con exteriorización motriz, más el carácter displacentero específico más la percepción de la acción.

Afecto y deseo se articulan. El deseo puede quedar potenciado si a la vez hay un desarrollo de afecto placentero, y coartado si se acompaña de un afecto opuesto. Como el preconsciente es un sistema constituido por estratos representacionales, en cada uno de ellos pueden generarse diferentes desarrollos de afecto, porque una vivencia queda inscrita y luego traducida en cada estrato tal como lo describe Freud en "Pegan a un niño", "[...] la fantasía de paliza de la niña pequeña recorre tres fases; de ellas, la primera y la última se recuerdan como concientes, mientras que la intermedia permanece inconciente [...] En la primera y tercera fantasías, el niño azotado es siempre un otro; en la intermedia, sólo la persona propia; [...]". Desde la perspectiva del estudio de los diferentes desarrollos de afecto, es conveniente subrayar que: el primer estrato se distingue por la frase "Mi padre azota a mi hermano (al que yo odio)". El segundo estrato por la frase "yo soy azotado por mi padre", y el tercer estrato que que se asemeja nuevamente al primero y "el niño azotado es otro". Ante el afecto displacentero resultante de un deseo, el yo puede oponer como defensa la inhibición y la represión. Si el recuerdo es del mismo estrato representacional y en consecuencia se acompaña de vivencia, la defensa es una inhibición normal. Si el recuerdo posteriormente genera displacer en un estrato diferente de aquel en el ocurrió la vivencia y la inscripción del recuerdo, la defensa es la represión. Habida cuenta de que existen diversas pulsiones, es posible que un deseo que se acompañe de afecto placentero se vea incrementado, pero es probable que el deseo satisfecho a la vez que genera placer incremente o inhiba la tensión pulsional de otro tipo, por ejemplo el placer preliminar y su relación con la tensión sexual genital.

Un afecto displacentero puede también provocar un aumento tensional en otra área. Tomemos por ejemplo el dolor psíquico. La frustración del deseo libidinal provoca dolor y despierta un deseo hostil hacia el objeto que no satisaface, en consecuencia la libido se deprende de la representación e inviste otro objeto. Hasta aquí deseo y desarrollo de afecto se rigen por el principio del placer, y el displacer causa del aumento tensional, provee energía para la defensa. En el masoquismo hay una alteración de aquel principio. El desarrollo del afecto displacentero potencia la tensión sexual. Freud conjetura que un estímulo doloroso puede ser neutralizado con una contrainvestidura semejante a la traumática que lleva a un empobrecimiento pulsional global.

Pero cuando el esfuerzo expulsivo fracasa, en vez de neutralizar el trauma mediante la proyección usando la musculatura, lo hace incorporándolo a la sexualidad global.

Entonces, autoerotismo mediante el trauma se perpetúa. La tensión muscular es sustituída por una excitación pasiva en otra zona distendida. En la nostalgia hay enlace entre pulsión y representación, y el desarrollo de dolor que incrementa la pulsión sexual en vez de hostilidad, deviene de que el yo supone al objeto anhelado como imposible de reemplazar. En el duelo, el registro de ausencia del objeto genera dolor, desinvestidura hostil con cambio de la dirección libidinal hacia otro objeto. Entonces podemos diferenciar por lo menos dos tipos de dolor psíquico. Uno en que la ausencia del objeto genera la la frustración del anhelo y es fuente de displacer. En el otro hay un trabajo psíquico de desprendimiento de libido de las representaciones del objeto ausente, y el dolor se desarrolla por la desunión de las asociaciones, impulsado por el deseo hostil.

¿Que lugar ocupa el Yo ante los procesos de desprendimiento de libido? Como los afectos -salvo en el caso del dolor- son sensaciones, cualidades, percepciones de naturaleza vasomotriz y secretora, la descarga se realiza sin mediación preconsciente.

El Yo pude inhibir actuando sobre la investidura representacional concomitante, suprimir el afecto y restarle el matiz afectivo y desatender la percepción de la descarga. Lo que no puede es evitar el desprendimiento. El Yo es pasivo ante el desarrollo de afecto, se convierte en activo cuando frente al incremento pulsional puede, o no, ser controlado por el Yo.

El primer Yo -el Yo real primitivo- es el responsable de las modificaciones internas que acompañan al afecto, del registro placer-displacer, esto significa que es activo. Puede pensarse que también es activo ante otro Yo. En cambio el Yo real definitivo, que domina la motricidad aloplástica o que apela a la represión, a las formaciones reactivas o a la anulación, y se sostiene por la sobreinvestidura representacional es pasivo ante los desarrollos de afecto. Agreguemos que el desprendimiento de la pulsión se rige por los siguientes principios: cuando la descarga es total, domina la inercia y la pulsión de muerte; la descarga mantiene el principio de constancia sostenida por la autoconservación; o bien puede mantenerse con un ritmo apoyada en el principio de placer.

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