Textos de acceso libre
Pandemia COVID-19: Niños.* Reflexiones de una pediatra.
Dra. Fanny Breitman.
*Se utiliza el género masculino por cuestiones de practicidad en la redacción.
Buenos Aires 31 de marzo de 2020.
Adultos y niños tenemos incertidumbre: sentimiento más difícil de sortear que malas certezas. Tenemos miedo de enfermar, de morir, de perder seres queridos, sentimiento que extrae de cada uno de nosotros lo mejor y lo peor de nuestra “pobre humanidad”.
Tenemos sentimiento de indefensión.
Tenemos cuarentena, aislamiento de contactos sociales y familiares, suspensión de eventos importantes.
El aburrimiento de padres e hijos nos va invadiendo y la impaciencia crece entre los malabares para compatibilizar el trabajo, el juego, la imposición de límites. Cóctel maligno para poner en jaque nuestra entereza y nuestra capacidad de contención de nosotros mismos y de nuestros hijos.
Sin embargo, cuando la estructura psíquica de base no está especialmente dañada, ponemos en marcha mecanismos para sobrevivir, me corrijo: para vivir.[1]
¿Qué puedo decir con respecto a nuestros niños en cuarentena?
Ante todo reconocer que hay niños que viven en cuarentena crónica por su condición socioeconómica. Ellos difícilmente puedan beneficiarse con mis modestísimas sugerencias. Soy solamente pediatra, no funcionaria, no soy el Estado.
Para aquéllos que conocen otra realidad va este texto.
Los adultos padecemos pero tenemos una responsabilidad sobre nuestros hijos. Nosotros somos sus cuidadores, sus protectores, su sostén físico y emocional.
Es el momento de introspección para reconocer lo que nos pasa y transformar la ansiedad generada por la incertidumbre, el miedo, la indefensión, el encierro. ¿En qué?: en inteligencia (poder sortear obstáculos, encontrar alternativas ante situaciones nuevas, hacer un uso instrumental de la realidad, resolver problemas con los recursos posibles) y dar espacio a la creación y la imaginación.
Intento esbozar unos principios generales para ofrecer a nuestros hijos, adaptables a lo que obviamente variará de acuerdo a la edad.
Ante el pandemonio de convivir sin pausa, tener una cierta organización del día, rutinas vinculadas al tiempo de juego, baño, comidas, tareas escolares, da una cuota de seguridad y, por tanto, serena. Busquemos rescatar la paciencia y la calma desde cualquier resquicio donde esté oculta.
Esto no es sinónimo de esconder o de dejar de reconocer nuestros sentimientos, ni mostrarnos robotizados. Los niños perciben todo. Se trata de seleccionar, dosificar, adaptar, incluir una mirada optimista y, dentro del estilo de cada uno, insuflar una dosis de humor que es un excelente antídoto de la angustia.
Para un niño jugar es vital, es su esencia y todo lo que hagamos con ellos se puede trastocar en juego. Empecemos por respetar sus propuestas, sin perder la puesta de ciertos límites y cuidarnos de no compensar este padecimiento circunstancial con excesos de concesiones.
Y que las propuestas sean en todo lo posible compartidas.
Hay infinidad de juegos disponibles, sin necesidad de juguetes de juguetería, empezando por participar de las tareas del hogar y dar lugar a lo máximo posible de actividad física.
La oferta de entretenimientos virtuales es enorme (visitas a museos, óperas, conciertos, juegos de ingenio, dibujitos, relatos, libros reales (de bebés en adelante fuente invalorable de estímulo y placer). Aparece un riesgo a contemplar que es ser atrapados en los tentáculos de las pantallas. Otro aspecto a limitar.
Y que las propuestas sean en todo lo posible creativas. Que el juego simbólico y la imaginación se apoderen de padres e hijos.
Estimular la capacidad de investigación, preguntarse el porqué de cada cosa, de cada evento, de conceptos que escuchan y viven cotidianamente (qué es virus, inmunidad, vías respiratorias, curas, infecciones, fake news). No es necesario ser padres expertos, poseedores de todas las respuestas y poder decir NO SE es una enseñanza capital: vamos a investigar y aprender juntos.
Es una oportunidad para que los chicos sepan más detalladamente de qué se trata el trabajo de sus padres, particularmente para aquéllos que lo hacen desde la casa.
También lo es convertir actos automáticos cotidianos en un motivo de curiosidad, generador de preguntas y respuestas.
Qué es el café, el chocolate, el orégano, la menta, el romero y percibir su aroma y su textura.
Qué es la sal, el azúcar, la miel, una galletita, la harina, un cubito de hielo desapareciendo vaporizado en un vaso con agua.
Qué pájaro está cantando allá en ese afuera que al que no podemos acceder pero sí oír. Ahí va una parejita de palomas. ¿Qué árbol estoy viendo? ¡Qué verde tan diferente a este otro! Cómo se yerguen las hojitas de esta planta cuando la riego y cómo creció este pimpollo desde ayer.
La tradicional fealdad de una mosca puede compartir con una mariposa sus alas y su vuelo.
Esta pandemia no es fácil. Esta cuarentena tampoco. Los conflictos de pareja, las dificultades del maternaje y el paternaje encuentran un perfecto caldo de cultivo en el encierro. Esta peste moderna, como las antiguas, pone en juego lo más bello y lo más siniestro de nuestra especie.
Pero por el momento nuestros niños están en casa y nos pueden abrazar y ser abrazados, besar y ser besados.
Referencia
- “Siempre hay lugar para el deseo de vivir”, en Página|12, 19 de marzo de 2020, disponible en https://www.pagina12.com.ar/253739-siempre-hay-lugar-para-el-deseo-de-vivir, citado por Lic. Alicia Dellepiane, en ¿Con qué palabras salimos de esto?, Buenos Aires, 30 de marzo de 2020, publicado por Comunidad Virtual Russell.
Bibliografía
Acerca de la autora:
Dra. Fanny Breitman. MN 35627.
Ex Coordinadora del Sector Mediano Riesgo, Consultorios Externos. Hospital de Pediatría “Profesor Dr. Juan P. Garrahan”.
Ex Docente de la carrera de Medicina. UNLAM.
Miembro del Comité de Pediatría General Ambulatoria de la Sociedad Argentina de Pediatría.
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