Buenos Aires, Septiembre de 2020.

De acuerdo con Foucault, de que toda práctica, todo discurso, está vinculado al contexto socio-económico e histórico en que se instala, intentaremos dar una semblanza del escenario y del impacto sobre la población y el abordaje terapéutico que ha generado esta pandemia.

El modelo de nuestra sociedad es el neoliberalismo economicista globalizado que, sobre todo en el campo científico, se caracteriza por la exaltación del positivismo, el pensamiento único y, especialmente, en el espacio de la Salud Mental la homogeneización, la rotulación, la clasificación, la estadística y lo que Harari –un pensador argentino– denominó “el Fetichismo de lo tangible”, es decir, lo sólido, lo que puede ser tocado, en contraposición paradójica con lo que Bauman denominó a nuestra sociedad como Modernidad Liquida, sin sustento, sin contención y siendo la evidencia su máximo exponente; un afamado científico expresaba: si no hay evidencia –se refería a una investigación– lo demás no es más que un comentario.

Por supuesto, en ese contexto las ciencias sociales quedan apartadas y sobre todo el psicoanálisis –y su máximo exponente el Inconsciente– en el impacto que ha tenido en todos los campos del conocimiento y, en especial, en estos tiempos del Goce infinito como máximo soporte de la singularidad y el deseo.

A continuación, intentaremos definir al Sujeto de la Pandemia y a su sufrimiento psíquico. Dicha pandemia ha irrumpido en la vida habitual de una manera disruptiva, como una injuria narcisista en una versión de Darwinismo Social, donde el virus no solo se ensaña con los mayores, sino también con las poblaciones carenciadas y con las minorías étnicas marginadas.

Es un trauma que interfiere entre la representación y la emoción generando ansiedad, estrés, angustia, más allá del hastío de la cuarentena y sobre todo miedo, a veces pánico al contagio y a una muerte presentificada y a destiempo. En una versión desconocida, viniendo de una cultura donde el sentimiento de finitud está desdibujado por un futuro incierto, pero hábilmente presentificado, sin embargo, el mayor trauma es la incertidumbre, no solo frente al virus sino a un mundo desconocido en cuanto a la supervivencia física, social, económica, afectiva, política, etc.

No estamos entonces frente a una patología estructural predominante, más bien a un cuadro clínico testimonial ligado a impactos universales, creíbles y compartidos en una dimensión que se acerca a las primitivas actualneurosis y neurosis de angustia de Freud, sin representación de palabra o de cosa, sin poder ser interpretado o la instalación en lo Real de Lacan, frente al horror y a la sensación de muerte y locura, sin posibilidad de ser imaginado o simbolizado.

Con respecto a la actitud del terapeuta en esta realidad nunca vivida, alejado de su setting, en un encuadre virtual y en terapias online (los que pueden) intentando que la distancia no se viva como ausencia, se siente despojado de los parámetros de su ortodoxia teórica, como la neutralidad, la abstinencia, la interpretación profunda.

Por un lado, porque no se encuentra, como habíamos advertido, frente a un paciente estructural y sobre todo –por primera vez consciente o no– porque comparte el sufrimiento psíquico, es decir, su ansiedad, estrés, angustia y el mismo temor a la contaminación, a la muerte y a la incertidumbre, en una versión simétrica con otro semejante. Por lo tanto, es dificultoso aplicar lo que Bleger, afamado psicoanalista, denomino Disociación Operativa, es decir, la exclusión en el terapeuta de sus aspectos emocionales, conflictivos, a fin de operar en el campo transferencial sin temor a la contaminación o a una identificación indeseable.

Es llamativo que después de recorrer varios artículos sobre terapias actuales, no se haga mención a los miedos, a los fantasmas del terapeuta o por represión o por negación omnipotente. Esta negación nos lleva a un episodio en la Inglaterra de la 2da. guerra mundial: en una reunión en la que se teorizaban temas de la práctica analítica en un clima apacible, Winicott interrumpió la charla y exclamó: “señores están bombardeando Londres”.

El riesgo es que la terapia quede confinada a la contención, el acompañamiento y, por momentos, la autoayuda, dejando en el camino varios puntos ciegos, como el no poder abordar los miedos a una muerte a destiempo propia y de otros.

Finalmente, si sobrevivimos: ¿con qué nos encontraremos, con pacientes o con víctimas del miedo? ¿Y el sujeto del supuesto saber?

Recordamos un aforismo hallado en un templo médico de la antigua Grecia: “si tienes un paciente cúralo, si no lo puedes curar alívialo, si no lo puedes aliviar consuélalo.”

Acerca del autor:

Dr. Luis Nenkies.
Psiquiatra y Psicoanalista.
Presidente del Círculo de Psicología Profunda, 1990 a 2015.
Docente en UBA, 1980 a 1992.
Jefe interino del Servicio de Salud Mental del Hospital Fernández, 1985 a 1990.
Coautor del libro Depresiones y Antidepresivos. De la neurona y de la mente, de la molécula y la mente, Editorial Panamericana, Buenos Aires, 2001.
Autor de artículos sobre la especialidad publicados en revistas nacionales y extranjeras.

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