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La Urgencia subjetiva en los tiempos de pandemia
Mg. Sergio Marcelo Zabalza

Buenos Aires 27 de marzo de 2020.

Hablar de urgencia hoy en nuestro país refiere la experiencia de una nación atropellada por el embate del neoliberalismo primero, y de la pandemia que azota al mundo después: cuestiones sólo en apariencia disímiles habida cuenta de que la actual cuarentena que cumple gran parte del planeta se debe al déficit en salud pública causado por las políticas que desprecian el rol del estado. Como antecedentes más cercanos vale mencionar las vacunas arrumbadas en el depósito de una dependencia estatal mientras el sarampión crecía a pasos agigantados en nuestro territorio o el estremecedor caso del indigente que murió en el pasillo de un hospital de la Ciudad de Buenos Aires. En la actual situación se trata de ubicar las características que adopta la angustia cuando los cuerpos se ven compelidos -por las mejores razones- a transcurrir semanas enteras dentro de los hogares, cuando no en albergues o calles, pero siempre a distancia del prójimo.

Carente de trabajo psíquico, el sujeto es presa del apronte que Freud describió para distinguirlo del movimiento acorde a fines: “O bien el desarrollo de angustia, la repetición de la antigua vivencia traumática, se limita a una señal, y entonces la restante reacción puede adaptarse a la nueva situación de peligro, desembocar en la huida o en acciones destinadas a ponerse a salvo, o bien lo antiguo prevalece, toda la reacción se agota en el desarrollo de angustia, y entonces el estado afectivo resultará paralizante y desacorde con el fin para el presente” [1]. De hecho, Antoni Vicens refiere: “la angustia de la segunda tópica freudiana -espera sin esperanzas, expectativa, acecho de nada, pues no está en el tiempo de lo que puede esperar- es un amo sin rostro; y no hay política posible frente a ella, como no sea su transformación en síntoma” [2].

Al respecto Leonardo Gorostiza formula: “ ...La clínica de la urgencia subjetiva (...) lleva al máximo la exigencia analítica de escuchar el detalle del discurso de aquel que consulta (...) obliga al analista a ejercitarse aún más en esa disciplina de “olvidar lo que sabe” (...) la práctica de la urgencia (...) puede reconducirnos a las relaciones traumáticas originales del sujeto en su propia constitución (...) hay que obtener ese significante -“significante de la urgencia” (...) - por el cual el sujeto como efecto del significante y que no es ninguna sustancia, se represente ante el Otro. Y para eso, hace falta tiempo (...), hace falta una “pausa” (...) Pero si el analista está a la altura de introducir allí ese espacio temporal -hay aquí algo de lo “impiadoso” del deseo del analista en juego- si eso se logra, tal vez se pueda obtener ese primer significante que, en sí mismo, cuando se produce, es terapéutico” [3].

Brindo un ejemplo a mi juicio por demás ilustrativo de la perspectiva aquí enunciada: se trata de una intervención que produce Lacan durante el tratamiento con Gerard Haddad y que el entonces analizante relata en su texto “El día que Lacan me adoptó”. Según parece, tras finalizar una sesión, el paciente experimenta un gran malestar por lo que, a pesar de la gran cantidad de gente presente en la sala de espera, decide volver sobre sus pasos y apostarse frente a la puerta del consultorio. Sorprendido Lacan lo hace entrar y -textual- fuera de sí, le pregunta: ¡qué quiere! - Me siento jodido- responde Gerard. Tras lo cual Lacan le responde: Usted está jodido! Hasta mañana!” Lo cierto es que esa intervención actuó como un corte para la ansiedad sin rumbo que aplastaba a este hombre.

Poner palabras, aplicar un nombre, buscar razones, elaborar conjeturas, efectuar comparaciones, atribuir causas, configuran un paquete de maniobras discursivas imprescindibles a la hora de la urgencia que amenaza con sacudir la estabilidad del aparato psíquico. San Agustín comparaba a la memoria con una suerte de cajón o receptáculo que amasa el gusto, el olor o la vista con el recuerdo. Un hogar es también esa memoria: el rincón que invita a pensar, el sofá donde se discuten proyectos o se dibujan esperanzas, y también la ventana desde donde el mundo parece menos hostil y conflictivo. “Oí tu voz en la ventana/mi ventana no da a tu voz/apenas si da al mundo/¿cómo vino tu voz?” dice Juan Gelman para evocar esa palabra que hace lugar a lo más singular y desconocido en el propio sujeto. Que nadie se quede sin ventana en esta urgencia tan especial que estamos atravesando.

Referencias

  1. Sigmund Freud: “32ª conferencia. Angustia y vida pulsional”, en Obras Completas, Volumen XXII, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2006, p. 76.
  2. Antoni Vicens: “No saber qué hacer, poder esperar, no estar a tiempo”, en Lakant, Jacques Alain Miller, Buenos Aires, Tres Haches, 2000, p. 49.
  3. Leonardo Gorostiza: “Prólogo” en Inés Sotelo, Clínica de la urgencia, JCE Ediciones, Buenos Aires, 2007, pp. 15-20.

 


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