Textos de acceso libre
Pandemia y aislamiento
Dra. Adriana Sorrentini
Buenos Aires, 30 de marzo de 2020.
¿A qué denominamos Pandemia? a una epidemia de gran extensión, sin límites de región o continente. La palabra viene del griego ‘pan’: todo, y ‘dèmos’: pueblo. El prefijo ‘èpi’ refiere a ‘sobre’, ‘de nuevo’, y entonces ‘epidemia’ designa una enfermedad infecciosa, que durante cierto tiempo ataca a un gran número de personas. Cae ‘sobre’ el pueblo, ‘de nuevo’ se abate sobre un pueblo afectando a todas las personas, y cuando se expande ilimitada es una pandemia como la que estamos padeciendo.
Es claro que lo que nos ocurre tiene antecedentes en la historia de la Humanidad, el recuerdo de otras pestes que cercenaron muchas vidas, tal como lo hacen las guerras, nos interroga acerca del sentido: ¿qué denuncian acerca de lo que no está funcionando bien en la sociedad humana? Esta pandemia se abate sobre nosotros de nuevo, y al no respetar límites vemos la desesperada reacción de los diferentes países en el cierre de fronteras, el intento de imponer ese límite faltante a la invasión ominosa y globalizada. Hasta hace muy poco se promovía el desplazamiento por países y territorios, el turismo, sin trabas.
Pero no estábamos viendo la invasión de la regresión cultural en la que estábamos y estamos, ese pasaje a la falta de límite y respeto a la Ley, la confusión entre libertad (que incluye derechos y deberes) y libertinaje. La pérdida de la palabra, lo dialogal, la escucha, y el pasaje a la acción compulsiva de la fuerza irracional y prepotente. El malestar en la cultura, tal como lo describiera Freud en 1930, del que sólo quiero citar los primeros renglones: “Uno no puede apartar de sí la impresión de que los seres humanos suelen aplicar falsos raseros: poder éxito y riqueza es lo que pretenden para sí y lo que admiran en otros, menospreciando los verdaderos valores de la vida.” Luego hará la salvedad de que por supuesto hay otro porcentaje de la humanidad, culto, virtuoso y compensatorio.
Esta modalidad ilimitada, brutal y totalitaria, angustia, amedrenta, desorienta y trae sentimientos de indefensión. Un sentimiento inherente al cachorro humano, que al nacer está amenazado de muerte si no se aviene a respirar, y pronto aprende que debe hacerse amar para conseguir techo y pan para su supervivencia. Marca traumática, arcaica, sepultada en nuestro inconsciente, siempre lista a manifestarse ante situaciones en las que la muerte nos recuerda nuestra fragilidad humana, la del recién nacido.
Desde hace pocos meses nos encontramos en esta inquietante situación. Una infección desconocida, provocada por un virus que ignorábamos, producto de una mutación, nos ataca sin miramiento alguno. Se extiende por regiones y continentes enfermando y matando gente, tal vez tan indiscriminadamente como la gente de este planeta venía destruyendo su propio hábitat… matando animales, talando árboles de manera ilimitada, sembrando los mares de basuras plásticas... que matan a animales indefensos! Ahora la naturaleza se siente triunfante y vemos peces en las cristalinas aguas de los canales venecianos, con hermosos cisnes nadando en lugar de ruidosas lanchas; ciervos por las calles, y jabalíes, zorros, caballos, en fin una fiesta de los animales liberados del yugo impuesto por el hombre, invadiendo la ciudad. Hay poca polución, se respira mejor y las estrellas brillan como nunca.
En paralelo tenemos los hospitales sobrepasados por el enorme número de enfermos, es decir de personas in-firmes, débiles, endebles e impotentes, tal como sugiere la etimología de la palabra proveniente del latín ‘infirmus’ derivado de ‘firmus’: firme. Tal vez nos creímos muy firmes, envueltos en un narcisismo tan ilimitado como la pandemia que nos aqueja, el homo sapiens dominando la Naturaleza.
Entonces la lucha se da entre el veneno narcisista y soberbio de la auto y hetero destructividad que implica la capacidad de someter y destruir al prójimo, y este otro veneno=virus, el que ‘saltó’ tal vez vengativamente en su mutación desde el animal al hombre.
Pertenece a una familia conocida, tenemos su perfil, sabemos mucho de él, y sabemos nada al mismo tiempo... sólo como evitarlo en lo posible, no prestarnos a ser su vehículo de difusión mediante la higiene y el aislamiento social que tanto nos cuesta. Tal vez a tomar distancia en tiempos de promiscuidad… a recordarnos que la cultura se edifica sobre renuncias pulsionales y el vivir en sociedad incluye el respeto por la Ley, conocer y valorar al otro que yo, al semejante.
La soledad y el silencio permite oír nuestras voces interiores, y eso es lo que algunos no toleran. Es un buen momento para encontrar recursos en nosotros, tanto si estamos solos, como en pareja o en familia. Se ponen de relieve los vínculos, la tolerancia a lo diferente, la solidaridad y capacidad de compartir, ahora que no hay manera de huir al exterior.
Como con la enfermedad, se puede salir curado y fortalecido, pasar de ‘infirme’ a ‘firme’, o morir en el intento, en sentido real y metafórico.
El personal de sanidad, desde ayudantes y camilleros, abnegadas enfermeras, hasta los médicos, sometidos a la angustia cotidiana de lidiar con la urgencia y la muerte en un desafío sin tregua, lleva al agotamiento de algunos que se infectan y mueren, hasta el suicidio al no poder tramitar la angustia y la impotencia sumada a la fatiga que esmerila sus capacidades racionales.
Ante estas situaciones extremas que vemos día a día, es importante que podamos reflexionar acerca de nuestra capacidad de capitalizar, ya no dinero sino experiencia, aprehender esto inédito que nos plantea la vida hoy. Y si sentimos que nos sobrepasa la ansiedad y nos resulta inmanejable, recurrir a lugares donde profesionales expertos, psiquiatras y psicólogos, voluntariamente escuchan y dialogan con los que padecen estas crisis emocionales.
La globalización ha borrado límites, que sin embargo se impusieron en función de la fuerza -económica, si se quiere- entre países y regiones... el poder y la ambición desmesurada de los fuertes sobre los vulnerables para usarlos en su beneficio, al igual que el Covid-19, que nos usa, nos vive y descarta. Seremos capaces de reflexionar en lugar de quejarnos? Y cuál será nuestra actitud ‘después’? Muchos dicen que nada va a ser igual, que el mundo cambiará después de este flagelo… sin embargo aún no se percibe la voluntad de cambio ni un espíritu reflexivo; todavía se ven personas que se rebelan ante las restricciones con total irresponsabilidad, y dirigentes más preocupados por el poder económico y la política, dispuestos a arriesgar personas, que ocupados en resolver la crisis sanitaria. Otros se esperanzan ante la posibilidad de cambiar parte de los recursos energéticos por la no convencional, pensando en utilizar el sol, el viento y los biocombustibles...
Ojalá esto cambie, ojalá prime la cordura y la solidaridad.
Acerca de la autora:
Dra. Adriana Sorrentini
Titular en función didáctica de APA, Fepal e IPA
Autora y coeditora de La Peste de Tebas
adrianasorrentini@gmail.com
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