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El psicoanálisis en la pandemia. ¿Barajar y dar de nuevo?
Lic. Norma Píngaro

Buenos Aires, 27.03.2020

Se afirma que el psicoanálisis ha ido cambiando sus paradigmas desde Freud, pasando por Lacan, hasta la actualidad, y esto implica que los analistas consideremos en nuestra práctica los nuevos malestares culturales, tan diferentes de la época en que el maestro Vienés llevó a cabo su desarrollo teórico. El feminismo, con grandes teóricas, ha interpelado ciertos conceptos psicoanalíticos como el complejo de Edipo y la teoría falocéntrica. Lo ha hecho continuando con la misma metodología con la que Freud revisó los axiomas de su época.

Otro cambio que venimos señalando es la falta de palabra en nuestra sociedad que lleva a que haya un predominio de cierta sintomatología del acto y de patologías llamadas de borde que se observan en la presentación de los pacientes tanto en el ámbito público como privado. Ante esto he afirmado la necesidad de inscripción de lo traumático, más que de su interpretación, decodificación de lo reprimido en la labor analítica. Es lo mudo que no ha se unido al vocablo que lo represente. En esta zona el trabajo del analista es de construcción y señalamiento, es de donar palabras a aquello que aconteció y no fue nombrado. ¿Pero qué sucede cuando la sociedad toda se ve conmovida por una pandemia de orden mundial que afecta la vida de todos sus integrantes y que nos condiciona en lo más íntimo de cada uno?

En forma vertiginosa tenemos que habituarnos a prácticas de higiene que se llevan a cabo con una mezcla de temor e impericia. Muchas veces gana la depresión, otras la paranoia y otras la negación.

La pandemia del coronavirus nos trae una subversión de situaciones: el otro es un potencial transportador del virus que puede ser mortal. La indicación es el aislamiento social, yo diría el aislamiento de los cuerpos. No estamos físicamente cerca, pero encontramos modos de sentirnos acompañados, las redes, la gente aplaudiendo o cantando en los balcones, dan cuenta de ello. El otro entonces aparece en un doble sentido: alimenta nuestro miedo al contagio, por un lado, pero por otro, nos sostiene en una red afectiva.

En el consultorio la presencia del analista se hace mediática, por medio de videollamadas y Skype o simplemente por la llamada de teléfono de línea. La palabra circula eficaz a pesar de la ausencia corporal. Desafíos, donde solemos acompañar al paciente a hacerse cargo de él mismo, de sus rutinas, de su cuidado, para que pueda procesar, metabolizar algo de lo traumático. Los que llevamos un tiempo trabajando con esta modalidad sabemos de su eficacia.

Esta pandemia de crecimiento vertiginoso es un trauma, sí, pero de aquel que es general y que conmueve a la sociedad toda: el traumatismo extremo. Aquel que se da en las catástrofes, en todo aquel acontecimiento que asesta el golpe en toda la sociedad. Pero la repercusión es sujeto por sujeto, he ahí nuestro trabajo. Hablamos del instante catastrófico del que refiere Le Poulichet, aquel que irrumpe y no tiene palabras ni sujetos que lo nombren.

Este traumatismo extremo conlleva a un estado de excepción con normativas y disposiciones de características particulares según el país que sea. Algunos privilegian la economía, por sobre la vida de los adultos mayores, que son la franja etaria con más riesgo de mortandad, por ahora. “El virus por sí solo no discrimina, pero los humanos seguramente lo hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo.” Afirma Judit Butler[1], para luego preguntarse: “¿Por qué algunos todavía se entusiasman con la idea de que Trump asegure una vacuna que salvaguarde la vida de los estadounidenses, como él los define, antes que a todos los demás?”

Como analistas revisamos, como siempre ha sido, estos planteos, encontrando otras salidas posibles que tienen que ver con la solidaridad y la empatía.

El psicoanálisis continúa su labor permitiendo al sujeto la expresión de su angustia y miedos, posibilitando la metabolización de situaciones tan vertiginosamente cambiantes. Utiliza para ello nuevas herramientas virtuales, pero mantiene la misma ética: posibilitar un espacio para la expresión del sujeto, reforzando los vínculos amorosos y solidarios.

Barajamos de nuevo, pero las cartas, los principios éticos, no cambian.

[1] Judith Butler: Capitalism has its Limits, disponible en inglés en: www.versobooks.com/blogs/4603-capitalism-has-its-limits, 19 de marzo de 2020. Consultado el 24 de marzo de 2020.

 


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